Y el zorzal cantó a las 10. Era jueves, 17 de enero. Lo escuchó mi mamá.
- Está cantando un zorzal – comentó.
Presté atención. El sonido me pareció lastimero, triste. Casi un llanto. No sé cuanto tiempo pasó exactamente. Pero fueron apenas minutos. Sonó el teléfono.
- Hola – dije.
- ¿ Es la casa de la familia J.?
- Sí.
- ¿ Es usted familiar del paciente Ricardo J.?
- Sí, soy la hija.
- Hablo de la clínica. Es necesario que se acerque a la sala de terapia intensiva.
- Está bien, ya voy hacia allí.
El corazón se me estrujó, la garganta se me anudó. Mi papá… Las preguntas se agolparon en mi mente. ¿Qué pasó? ¿Acaso, murió? No… tal vez despertó del coma… No podía pensar… no quería pensar… Eso era muy difícil después de un infarto cerebral… Pero… ¿Y sí aún existían los milagros?
Eran cerca de las 10 del día sábado 05 de enero, cuando en casa, sonó el teléfono. Atendió mi hija.
- Mamá, es la abuela.
Me levanté, y fui a atender la llamada.
- Hola.
- Camila, no sé que pasa. No puedo despertar a tu papá. Mueve las manos, pero no reacciona.
- Llamá a la ambulacia, má. Al 107. Ya vamos para allá.
El auto no arrancó. Pedimos un taxi.
- Está cantando un zorzal – comentó.
Presté atención. El sonido me pareció lastimero, triste. Casi un llanto. No sé cuanto tiempo pasó exactamente. Pero fueron apenas minutos. Sonó el teléfono.
- Hola – dije.
- ¿ Es la casa de la familia J.?
- Sí.
- ¿ Es usted familiar del paciente Ricardo J.?
- Sí, soy la hija.
- Hablo de la clínica. Es necesario que se acerque a la sala de terapia intensiva.
- Está bien, ya voy hacia allí.
El corazón se me estrujó, la garganta se me anudó. Mi papá… Las preguntas se agolparon en mi mente. ¿Qué pasó? ¿Acaso, murió? No… tal vez despertó del coma… No podía pensar… no quería pensar… Eso era muy difícil después de un infarto cerebral… Pero… ¿Y sí aún existían los milagros?
Eran cerca de las 10 del día sábado 05 de enero, cuando en casa, sonó el teléfono. Atendió mi hija.
- Mamá, es la abuela.
Me levanté, y fui a atender la llamada.
- Hola.
- Camila, no sé que pasa. No puedo despertar a tu papá. Mueve las manos, pero no reacciona.
- Llamá a la ambulacia, má. Al 107. Ya vamos para allá.
El auto no arrancó. Pedimos un taxi.
Cuando llegamos, la ambulancia, ya estaba. Fui directamente al dormitorio. Allí ví a mi papá, tendido en su cama. Parecía dormido… El médico fue claro y directo. – Es grave, aparentemente, un infarto cerebral.
Lo sentaron en una silla de ruedas y lo subieron a la ambulancia. En el trayecto, lo llamaban por su nombre. Yo miraba… De pronto, abrió sus ojos… Miró, desconcertado… Su gesto fue de temor… Jamás voy a olvidar ese gesto… No sé si logró verme… no sé si supo que yo estaba ahí. La impotencia se apoderó de mí ser… Doce días pasaron… doce días, en los cuales tuve dos citas diarias con él de media hora. Media hora en la cual acaricié sus manos, sus hombros, su frente…
Llegué a la sala de terapia intensiva. Me anuncié, y enseguida se hizo presente el médico de guardia.
- Lo lamento.
Mi papá, había muerto. Mi papá… El viejo… Y el zorzal, había cantado a las 10.